Gracias amable desconocido por visitar mi Web.
Mi nombre es Juan Ramón Martínez y actualmente resido en Almacellas, Lérida (España). A modo de presentación permíteme revelarte dos pinceladas de mi vida.
Nací bajo los emblemas de la miseria en un villorrio rural, sin luz eléctrica ni agua corriente, rodeado de un nauseabundo pinar que hacía las veces de letrinas comunales.
A los nueve años, cuando apenas podía levantar un azadón, mi padre me sacó de la escuela y me puso a trabajar en el campo. Eran tiempos difíciles. El pan escaseaba y pocas familias podían permitirse un plato caliente diario. Cuando recuerdo aquel período de miseria y penalidades un sentimiento de tristeza invade mi ser y furtivas lágrimas afloran a mis ojos.
Nunca olvidaré aquel día de verano: los rayos del sol caían verticales convirtiendo el pequeño pueblo en una fragua candente y las cigarras coreaban cansinas en el pinar lindante a mi casa, deteniéndose de cuando en cuando para tomar resuello. Escuálidos perros dormitaban bajo los pinos con la lengua fuera, ahuyentando las moscas a dentelladas.
En mi casa habíamos comido habas fritas con manteca de cerdo. El pan y el aceite era privilegio de algunos domingos. Al levantarnos de la mesa mi padre se fue a dormir la siesta y mi madre y yo fuimos a ayudar a una vecina convaleciente, la cual vivía sola con un niño recién nacido. Su marido había sido detenido meses atrás por la Guardia Civil y permanecía preso en la cárcel de Lérida.
Mientras mi madre permanecía en la habitación de la parturienta limpiando al bebé, yo me senté frente al fuego del hogar donde bullía un ennegrecido puchero con despojos de pollo, obsequio de la tendera del pueblo. En un lateral de la chimenea había un montoncito de leña y junto a él un viejo libro con páginas arrancadas, usadas para encender el fuego. Ojeé el libro. Su título era “Veinte mil leguas de viaje submarino” de escritor francés Jules Verne. Lo abrí al azar y vine a dar donde el capitán Nemo sepulta en el fondo del mar a uno de sus marineros. Presa de una empatía indescriptible inmediatamente me vi bajo las aguas acompañando la comitiva mortuoria, caminando por una ondulante pradera de algas mecidas por olas submarinas. Nunca había leído en un libro ni había visto una película y al levantar los ojos del texto quedé fascinado por la magia de la escritura, capaz de viajar en el tiempo y la distancia, de crear paraísos y destruir mundos, de ganar guerras y perder imperios, de crear sonrisas y provocar llantos, de engendrar vidas y causar muertes… Sin más medios que un lápiz, unas cuartillas y la imaginación del autor. Aquel día descubrí mi vocación.
Mi estilo literario es conciso y de lectura ágil. Omito los adornos y frases innecesarias para facilitar la comprensión del lector. La mente humana tiene capacidad para retener las últimas doce palabras de la lectura. Si le introducimos paja restamos lugar al grano.
Mis relatos se basan en hechos reales protagonizados por seres marginados cuyos actos delictivos rayaron la perfección. … “la marginación y la miseria agudizan los sentidos” dijo un pensador y otro le respondió: … así es; las únicas charlas interesantes son las mantenidas con locos, asesinos y presidiarios.
Mis narraciones se fundamentan en dichos personajes.
La mayoría de novelas dirían lo mismo y se entenderían mejor reduciendo su extensión y utilizando una sintaxis más acorde con la erudición de los lectores, a quienes poco interesan los buenos colegios que tuvo el autor y el modo de explayar su imaginación sino, la originalidad del suceso y su fácil comprensión. Mis relatos no exceden las doscientas páginas ni sobrepasan los diez figurantes, permitiendo al lector en todo momento retener en su memoria el desarrollo de los acontecimientos y la peculiaridad de los personajes.
Mi lenguaje es natural y austero intercalando vocablos y frases del ámbito cultural del protagonista en escena.
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